SÁBADO
LAS RELACIONES
Las reglas más valiosas que rigen las relaciones familiares y sociales se las encuentra en la Biblia. En ella se define no solamente el código moral sino las mejores reglas de cortesía y buena educación. En el Sermón del Monte, nuestro Salvador dejó instrucción inapreciable para jóvenes y adultos; debiera ser leído a menudo en el círculo familiar y sus preciosas enseñanzas ejemplificadas en la vida cotidiana. La regla de oro: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”, y el consejo apostólico: “En cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros”, debieran ser la ley en la familia. Los que tienen el espíritu de Cristo manifestarán cortesía y benevolencia en el hogar, aun en las cosas pequeñas, y buscarán hacer felices a quienes los rodean, haciéndoles bondadosas atenciones. Esta es la clase de fruto que crece en el árbol cristiano…
Si la cortesía fuera practicada entre los seguidores de Cristo; si la regla de oro fuera uno de los fundamentos del carácter cristiano, habría menos juicios en la iglesia, menos animosidad entre los hermanos, menos palabra duras y menos luchas por los puestos de privilegio. Todos serán probados y expuestos al fuego de las dificultades para consumir la escoria a fin de que aparezca el oro; el oro purificado que es el amor de Dios. Ahora es el tiempo de subyugar y suavizar la dureza del carácter y de mostrar la bondad, la paciencia y la integridad cristianas. Criticar, hablar mal, cuestionar los motivos de otros o magnificar sus faltas, abre la puerta para las tentaciones satánicas y lleva a muchos a alejarse de Dios. Las Sagradas Escrituras nos dan una regla segura y correcta para todo pensamiento y conversación: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Si queremos que nuestros hijos practiquen la bondad, la cortesía y el amor, debemos darles el ejemplo (Signs of the Times, 25 de mayo, 1882).
DOMINGO
COMPLETAMENTE HUMILDE Y MANSO
.. .Un amor como el de Cristo une corazón con corazón. La verdad atrae a los hombres entre sí. Introduce armonía y unidad en todos los que tienen una fe ferviente y viva en el Salvador. Es el plan de Cristo que aquellos que creen en él se desarrollen y lleguen a ser fuertes al unirse el uno con el otro. Todos los que trabajan abnegadamente en el servicio del Maestro llevan al mundo credenciales que atestiguan que Dios envió a su Hijo a esta tierra.
Aunque un grupo de cristianos que actúan en una iglesia no tienen todos los mismos talentos, sin embargo, cada uno tiene el deber de trabajar. Los talentos difieren, pero a cada hombre se asigna su tarea. Todos deben depender de Cristo en Dios. Él es la Cabeza gloriosa de todos los niveles y clases de personas que se asocian mediante la fe en la Palabra de Dios. Vinculados por una creencia común en los principios celestiales, todos dependen del Autor y Consumador de su fe. Él es quien creó los principios que producen unidad universal, amor universal. Sus seguidores debieran meditar en su amor. No debieran contentarse con alcanzar un nivel inferior al que está colocado delante de Dios. Si se viven los principios del cristianismo, éstos producirán armonía universal y perfecta paz. Cuando el corazón está imbuido con el Espíritu de Cristo no habrá disputas ni se buscará la supremacía; no se luchará por el señorío (Alza tus ojos, p. 102).
Muchos miran a los creyentes para ver qué ha hecho la religión en ellos. Si ellos son fieles a la obra que Dios les ha dado, darán una impresión correcta y dirigirán a otras almas por el camino de la justicia. Antes de dar consejos a otros, deben estar seguros de practicar sus enseñanzas e ilustrarlas en su propia vida armoniosa. Un reconocimiento formal de la fe y la doctrina seguido por una vida descuidada e incrédula, es una piedra de tropiezo para los pecadores y los hace más escépticos e infieles. Decidamos que nuestra profesión en Cristo se manifieste en una vida ferviente y consistente que corresponda con nuestra profesión de fe; que muestre a los que nos rodean que aborrecemos lo que es malo y que caminamos dignamente de acuerdo a la vocación a la que hemos sido llamados, “con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:2, 3). La vida cristiana es una vida de constante humillación del yo. Nuestra voluntad debe conformarse a la voluntad de Cristo para obrar de acuerdo con lo que a él le agrada. Al contemplar la vida y el carácter de Jesús; al meditar en la abnegación y la pobreza que soportó para que llegáramos a ser hijos y herederos de Dios y coherederos con él de una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, ese pensamiento nos debe llenar de una profunda convicción de nuestra propia depravación e indignidad (Review and Herald, 16 de octubre, 1888).
El apóstol exhorta a los hermanos a manifestar en sus vidas el poder de la verdad que les ha sido presentada; a ejemplificar el carácter de Cristo y las bendiciones de su salvación mostrando mansedumbre, gentileza, paciencia y amor. Hay un solo cuerpo y un Espíritu, así como un Señor y una fe. Y como miembros del cuerpo de Cristo, los creyentes deben tener el mismo espíritu y la misma esperanza. Las divisiones en la iglesia deshonran la religión de Cristo ante el mundo y le dan ocasión a los enemigos de la verdad a justificar su curso de acción. Las instrucciones de Pablo no fueron escritas solamente para la iglesia de su tiempo sino para que llegaran hasta nosotros. ¿Qué estamos haciendo para preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz? (Signs of the Times, 18 de enero, 1883).
LUNES
COMPENSANDO EL MAL CON BENDICIONES
Muchos son lo que todavía deben soportar falsas acusaciones, pero como los líderes de Israel, pueden mostrarse calmos y considerados porque saben que están en lo correcto y porque saben que Dios es consciente de todas las malas interpretaciones y malos entendidos de que son objeto. Pueden dejar con seguridad sus asuntos en las manos de Dios, quien vindicará su causa a los que en él confían, así como hizo con sus elegidos en el caso de Acán.
Se podrían evitar males adicionales si los que son acusados falsamente evitaran las recriminaciones y en su lugar usaran palabras suaves y conciliadoras, y si los que en su celo por oponerse al pecado, evitaran suspicacias injustas y en su lugar trataran de buscar los puntos más favorables de sus hermanos y se regocijaran al comprobarse que no son culpables.
La gran diversidad de ideas religiosas y los sentimientos separatistas que existen entre los profesos cristianos son una barrera para el progreso del evangelio. Sería una actitud muy feliz si el pueblo de Dios pudiera ser capaz de unir su celo y firmeza con la mansedumbre y la paciencia. Las controversias religiosas, como se las conduce generalmente, hacen más mal que bien, porque los incrédulos, al ver tanta falta de humildad y mansedumbre, son confirmados en sus dudas y prejuicios. Los pecadores se alegran de ver tantas diferencias y animosidad entre los profesos seguidores de Cristo, y lo usan como excusa para descuidar sus deberes religiosos (Signs of the Times, 12 de mayo, 1881).
Que la preciosa planta del amor crezca en nuestros corazones. Si un hermano trata de dañarnos, retornemos bien por mal haciendo todo lo posible por agradarlo y pronto veremos que se suaviza la dureza de su corazón e incluso puede desaparecer totalmente. Debemos manifestar el amor de Jesús para ser conocidos y leídos por todos como siervos del Padre y no del mundo. Con un alma contrita, busquemos el perdón divino, y si hemos tenido sentimientos de enemistad contra nuestro hermano, acerquémonos a él y digámosle: “Quiero que todas nuestras diferencias desaparezcan”. El Señor ha dicho: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:35). Tomemos la mano de nuestro hermano y pidámosle que nos perdone; no nos va a hacer mal humillarnos delante de él si es necesario. Debemos quitar toda raíz de amargura y enemistad confesando nuestras faltas unos a otros. No debemos conformarnos con una confesión generalizada sino ir al punto y permitir que la sangre de Jesús borre nuestras faltas en el libro de la vida, a fin de ser libres y buscar la perfecta santidad en el temor de Dios (Review and Herald, 4 de agosto, 1888).
MARTES
EL PERDÓN
Si el Señor tratara a la familia humana como los hombres se tratan unos a otros, habríamos sido consumidos; pero él es longánime, de tierna compasión, que perdona nuestras transgresiones y pecados. Cuando lo buscamos de todo corazón, lo hallamos…
Cristo carga nuestro pecado, constantemente nos perdona la iniquidad y el pecado. La misericordia, la paciencia, la longanimidad, son la gloria de su carácter. Cuando Moisés oró al Señor diciendo: “Te ruego que me muestres tu gloria”, le contestó: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro”. La pregunta que Pedro dirigió a Jesús le fue sugerida por las lecciones que Cristo le había dado previamente acerca de la disciplina eclesiástica.
Los preceptos judíos imponían a los hombres el deber de perdonar cinco ofensas, y Pedro pensó que al sugerir siete veces había alcanzado con ello el límite de la paciencia humana. Pero Jesús le hizo comprender que quienes tienen la mente divina y están imbuidos del espíritu divino otorgarán el perdón sin límites. El plan y fundamento de la salvación es el amor, y es el principio que debe gobernar a la familia humana. Si Cristo limitara su misericordia, su compasión y perdón a un cierto número de pecados, ¡cuán pocos se salvarían!
Pero la misericordia de Cristo al perdonar las iniquidades de los hombres nos enseña que debe haber un perdón abundante para las ofensas y pecados que nuestros prójimos cometen contra nosotros. Cristo dio esta lección a sus discípulos para corregir los males que enseñaban y practicaban por precepto y ejemplo los que interpretaban las Escrituras en ese tiempo.
El principio que impulsó a Cristo al tratar de recuperar a la familia humana mediante el plan de salvación es el mismo que debe impulsar a sus seguidores en su trato mutuo cuando se relacionan en la iglesia. La lección había de impresionar también sus mentes con el hecho de que no podemos alcanzar el cielo por nuestros propios méritos, sino solamente a través de la maravillosa misericordia y paciencia de Dios, que nos son ofrecidas en una forma que no podemos igualar.
El hombre puede ser salvo únicamente por medio de la maravillosa paciencia de Dios al perdonarle sus muchos pecados y transgresiones, pero los que son bendecidos por la misericordia de Dios debieran manifestar el mismo espíritu de paciencia y perdón hacia los que constituyen la familia del Señor (Alza tus ojos, p. 41).
Que no rehúsen perdonar a un pecador arrepentido los que en sí mismos hayan pecado contra Dios. En la misma forma en que traten a sus semejantes que en espíritu o de hecho los hayan perjudicado y se hayan arrepentido después, Dios los tratará a ellos por sus defectos de carácter. El que no demuestre misericordia con sus semejantes no puede esperar ser amparado por la misericordia de Dios… Si rehúsa cultivar esta gracia divina en sí mismo, sufrirá los resultados de su negligencia (En lugares celestiales, p. 290).
MIÉRCOLES
CONFESARSE MUTUAMENTE LOS PECADOS
No debiéramos permitir que sentimientos contrarios a nuestros hermanos lleguen a nuestro corazón, porque esto no muestra el espíritu de Cristo. No es una actitud de los que estamos en la verdad encontrar faltas y pensar mal de nuestros hermanos. Cuando se levantan dificultades en nuestro medio, es nuestro deber cristiano buscar toda forma posible de solucionarlas. Aunque nuestro hermano que pensamos que está en falta no se acerque a nosotros, debemos tomar la iniciativa para acercarnos a él y dialogar. Debemos buscar la armonía porque sin ella Cristo no puede habitar en nuestro corazón. CADA DÍA DEBEMOS POSTRARNOS ANTE DIOS EN ORACIÓN Y PEDIRLE QUE LA LUZ DE SU ESPÍRITU MORE EN NOSOTROS; Y NO DEBEMOS CESAR DE ORAR HASTA QUE CADA PENSAMIENTO Y SENTIMIENTO MALO SEA VENCIDO. El Señor nos dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros” (Santiago 5:16). ¿Cuánto de esto hemos hecho? Si el espíritu de confesión llegara a la iglesia veríamos la salvación de Dios (Manuscript Releases, tomo 5, p. 6).
“Confesaos vuestras faltas unos a otros, y rogad los unos por los otros, para que seáis sanos; la oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho” (Santiago 5:16).
Se me ha indicado que encarezca a nuestro pueblo, con sumo fervor, la necesidad de la religión en el hogar. Entre los miembros de la familia se debe manifestar siempre bondad, solicitud y consideración. De mañana y de tarde únanse todos los corazones en culto reverente. En ocasión del culto vespertino, que cada miembro de la familia escudriñe bien su propio corazón. Arréglese cualquier error que se haya cometido. Si durante el día alguno hirió al otro o le habló rudamente, pida perdón el transgresor al ofendido. A menudo se guarda rencor, y se crean malentendidos y amarguras innecesarios. Si aquel de quien se supone que pecó tuviera oportunidad, podría presentar explicaciones que causarían alivio a los demás miembros de la familia (Meditaciones matinales 1952, p. 32).
JUEVES
EDIFICÁNDONOS MUTUAMENTE
Nuestra obra es edificarnos mutuamente; no es buscar defectos a nuestro alrededor, porque de esa manera nos colocamos como jueces, y esa no es nuestra tarea. Si vemos a alguien que está en error debemos acercarnos a esa persona bondadosamente y buscar la forma de presentarle la verdad que contrasta con su error. Nunca debemos olvidar que en todos los casos hay una verdad para enfrentar un error. Cada creyente debe trabajar por las almas por las cuales tendrá que dar cuenta; debe buscar la prosperidad de ellas y no sus errores o faltas; debe aprender cómo hablar a esas almas desanimadas.
Es una gran responsabilidad la que trae aparejada el unirse a la iglesia. La iglesia es la familia de Dios y los miembros de esa familia deben interesarse sin egoísmos los unos por los otros. Deben orar y trabajar por la salvación mutua. Esta es la obra que Dios espera de nosotros como pueblo. Cuando vemos una iglesia cuyos miembros se levantan en armas los unos contra los otros, sabemos que algunos deberes han sido descuidados; sabemos que algo está faltando cuando siempre se encuentran defectos en los demás hermanos; sabemos que hay algo que debe corregirse en esos caracteres (Review and Herald, 19 de enero, 1905).
¿Cuál es el objeto que se tiene al reunirse? ¿Es para informar a Dios, instruirle, diciéndole en oración todo lo que sabemos? Nos reunimos para edificarnos unos a otros mediante el intercambio de pensamientos y sentimientos, para obtener fuerza, luz y valor al conocer mejor nuestras esperanzas y aspiraciones mutuas; y al elevar con fe nuestras oraciones fervientes y sentidas, recibimos refrigerio y vigor de la fuente de nuestra fuerza (Testimonios para la iglesia, tomo 2, p. 512).
Al cristiano le es concedido el gozo de reunir rayos de luz eterna del trono de la gloria, y de reflejarlos no solamente en su propio sendero, sino sobre la senda de las personas con quienes se asocia. Al hablar palabras de esperanza y aliento, de alabanza agradecida y de bondad alegre, puede esforzarse por hacer mejores a quienes lo rodean, por elevarlos, por mostrarles el cielo y la gloria y por encima de todas las cosas terrenales, por guiarlos en la búsqueda de las realidades eternas, la herencia inmortal y las riquezas imperecederas (Exaltad a Jesús, p. 238).
Aprovechad cada oportunidad que se os presente para contribuir a la felicidad de vuestros semejantes, compartiendo con ellos vuestro afecto. Las palabras bondadosas, las miradas de compasión, las expresiones de aprecio serán como un vaso de agua fresca para el sediento, en el caso de muchas personas solitarias y afligidas. Una palabra de ánimo, un acto de bondad aliviarán muchísimo las cargas que pesan sobre muchos hombros fatigados. La verdadera felicidad se encuentra en un ministerio abnegado. Y cada palabra y acción nacidas con ese fin se registran en los libros del cielo como si se dirigieran a Cristo… Vivid bajo el resplandor del amor de Jesús. Entonces seréis una bendición para el mundo (Meditaciones matinales 1952, p. 170).
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